martes, 9 de marzo de 2010

Sigo viva, creo

Supongamos que un día, vas y te levantas. Enciendes tu ordenador y mientras Windows se carga, vas a desayunar, a ducharte y todas esas cosas que se hacen por la mañana. Cuando vuelves a tu sofá y compruebas que el acceso a internet está habilitado, buceas en los mundos cibernéticos y de repente, te topas con algo. Algo con las letras azules y fondo negro. Algo que habla de pájaros y no sé qué. Uy, vaya. Si es mi blog.

Podría extenderme en disculpas. Podría decir mil lo siento. Pero no nos engañemos, si no he escrito es porque no me ha dado la gana y eso no tiene excusa posible. Por otra parte, casi mejor. Porque suelo escribir cuando estoy o muy contenta, o muy jodida. Y lo primero no suele pasarme, las personas como yo no es que gocemos de alegrías extremas continuas. Eso sí, estos meses han sido muy dulces, con una felicidad muy tibia.

Pero. Porque siempre hay un pero, hay algo que haces chasquidos. Hay algo que gruñe. Al principio, distraído como estas con tu estrenada felicidad templada, ni lo oyes. Hay algo que pica, pero se pasa enseguida. Hasta que la música va disminuyendo y ese sonido repiqueteante va in crescendo. Sin saber muy bien ni cómo ni por qué, te encuentras envuelto en sonidos chirriantes, que van a abrirte la cabeza.

Y gritas. Y pataleas. Y te enfadas. Y lloras. Y encima, pones morros. Y por alguna extraña razón, lo pagas con quién no tiene la culpa. Y montas dramas. Y te duele tanto todo que quieres hacerte un ovillo en la cama y no salir. Supongo que os hacéis a la idea, mis queridos lectores fantasma. Y me jode. Porque me da la sensación de que estoy volviendo a las andadas. Y me asusta. Es un camino que ya recorrí y que pensé que había tapiado.

La diferencia es que está vez creo que sí que se cual es la sombra que amenaza con empujarme contra las zarzas. O por lo menos la sombra del bicho más gordo. A ver qué demonios hago y como me lo monto para solucionarlo.